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[Fotos y entrevista- ICON España 2021] Adrien Brody: “La fama no es lo que la gente se piensa. A mí me ha llenado del cariño de perfectos desconocidos”

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Agosto, 2021.

Pintor, escritor, ocasional piloto de carreras y ganador más joven de la historia del Oscar a Mejor Actor, el neoyorquino comparte con ICON sus ideas sobre el arte, Hollywood, el paso del tiempo y su nueva película con Wes Anderson, ‘The French Dispatch’

Amarrado a una taza de café en la que de vez en cuando entierra su homérica nariz mientras charla con ICON desde la casa en Los Ángeles donde ha amanecido este miércoles, Adrien Brody (Nueva York, 48 años) está haciendo algo habitual en él: hablar de Wes Anderson. Brody, el intérprete más joven en ganar el Oscar al Mejor Actor (en 2002, con 29 años, por El pianista, de Roman Polanski), ha trabajado con el cineasta texano más que con nadie en su carrera. Esto era cierto cuando acumulaban tres títulos juntos, entre ellos la nominada al Oscar El Gran Hotel Budapest (2014). Este otoño estrenarán la cuarta, The French Dispatch, recién desvelada en Cannes, y ya están preparando la quinta, aún sin título, y que se rodará en Chinchón nada menos. “Es algo notable, tener un amigo que te inspira tanto. Saca lo mejor de todo el mundo”, enuncia, pausando antes de las palabras importantes y mirando al interlocutor después de pronunciarlas como para comprobar su efecto.

Que Brody encaje tan bien en el mundo hiperestilizado de Anderson parece hasta inevitable. En sus películas todo se rige por un cerrado principio estético y Brody también parece vivir conectado a algún poder superior e invisible. Actúa, sí, pero de una forma tan intensa que, más que vocación, denota una abnegación monacal por su arte. Da igual que esté haciendo de judío en la Polonia del Holocausto en El pianista; de sensible dramaturgo en King Kong (2005), el gigante blockbuster dirigido por Peter Jackson; de mafioso en la mejor temporada de la aclamada Peaky Blinders (2017, BBC y Netflix), o sumándose, este otoño, al mejor reparto de la televisión en la nueva temporada de Succession (HBO).

Y si actuando ya trabaja la contradicción, con ese aura de intérprete de culto que sin embargo brilla en proyectos tan multitudinarios, fuera de ella su vida está todavía más llena de facetas. Pinta (y expone), escribe (y se lo guarda), pilota coches (participó con su Porsche 911 en la polémica carrera de bólidos por la vía publica Gumball 3000), y contesta entrevistas donde cada respuesta parece un pequeño relato. Algo en su mirada parece traslucir el espíritu del adolescente rebelde que fue, a quien su madre metió en la interpetación para para alejarlo de las malas compañías con las que se juntaba en Queens.

Es la mirada que se verá en The French Dispatch, donde comparte cartel con Timotheé Chalamet, Frances McDormand, Tilda Swinton, Owen Wilson o Elizabeth Moss, y donde interpreta a un pretencioso galerista. “No tenía la obligación de parecerme a nadie que exista en la realidad, solo es una amalgama de personas a las que conozco”, admite. “Me ayudó conocer el mundo artístico”.

La película inventa una revista inspirada en The New Yorker en los sesenta. Su madre, la premiada fotógrafa Sylvia Plachy, trabajaba en en otra cabecera neoyorquina de la época, The Village Voice. ¿No ha podido explotar esa casualidad? Ese aspecto de la película no le afecta mucho a mi personaje. Pero ir a las oficinas de The Village Voice en los años setenta a visitar a mi madre, cuando tenía cuatro o cinco años, fue una experiencia educativa única. Muchas ideas que me han acompañado toda la vida se formaron allí, en esas oficinas. Mi madre tenía un compañero al que le encantaba la magia y me hacía trucos, como el de coger una moneda, pedirme que le diese un bocado y luego parecía que la moneda estaba mordida. Esas cosas me fascinaban. Ese amor por la magia seguramente fuera un primer paso hacia entender lo que es la interpretación, el subidón de captar la atención del público, de atraerlo, de crear un personaje. [Se le va mirada, como sobrevenido por un recuerdo]. Luego a mi madre le encargaron que fotografiara la Academia Americana de Arte Dramático y, de no ser por eso, hoy no sería actor. Ella vio en aquellos jóvenes algo que le recordó a mí. Fue muy fortuito pero definitivo. Quién sabe dónde estaría si no.

¿Pintando, quizá? Además de la madre artista, su padre, el historiador Elliot Brody, es bastante conocido por su pintura. También usted ahora se mueve en el mundo del arte. Quizá estuviera pintando, sí, y muriéndome de hambre. Es verdad que la pintura me toca bastante de cerca desde una edad muy temprana. Pero no me admitieron en el departamento de arte con mis bocetos del instituto y sí en el de interpretación, lo cual me metió en un camino que me llevó a actuar profesionalmente desde muy joven.

¿En qué momento alguien tan de Nueva York como usted decide que se va a Hollywood? Tenía un amigo con el que había actuado en un anuncio a los 16 años, más o menos. Le vendí mi Mustang, bueno, una imitación que tenía… luego tuvimos un lío y tuve que devolverle el dinero. Pero nos hicimos amigos. Se mudó a Los Ángeles y me dijo, ‘Tienes que venirte, aquí está todo’. Tenía 19 años, estaba actuando y estudiando arte dramático en la universidad y sentía que otra clase no iba a aportarme ya mucho más. Así que me di un semestre y fui para allá, a dormir en un futón en el suelo de mi amigo. Me quedé una temporada, alquilé un piso barato, compré una moto y estuve de prueba en prueba. Nueva York es puro contacto con la humanidad. En Los Ángeles tienes que tener amigos. Y eso lleva tiempo. Yo los tengo ahora, pero cuando era joven, siendo tan introvertido, fue una experiencia muy solitaria.

¿Ser actor le ha cambiado la personalidad o viceversa? Soy una persona muy apasionada. Es lo que me hace buen intérprete: soy reactivo pero también conecto de una forma muy clara con el lado emocional de las cosas. Soy muy, muy sensible. Y siempre me doy cuenta del subtexto emocional de cada situación, me hago cargo de lo que la gente pueda sentir. En parte es algo innato en mí, lo heredé de mi madre, otra persona extremadamente sensible. Haber entregado mi vida a ser actor, a ponerme siempre en la piel de los demás, ha definido mi forma de entender el mundo y mi lugar en él. Soy consciente del potencial para la tragedia que hay en cada esquina. ¡Y no solo la tragedia! La complejidad, que es el hilo conductor de nuestras vidas. No estoy en las nubes, alejado del enorme sufrimiento que existe en este planeta. Me siento muy conectado, muy parte de la humanidad, y me apetece expresarlo en mi trabajo.

Deben rifárselo en las cenas de Nochebuena. ¡Tengo sentido del humor! Al actuar, hago lo que me deja el guion, pero pintando soy más gamberro. Reflejo la complejidad de EE UU, donde la vida es hermosa y violenta a la vez. Hice una serie de obras sobre la comida rápida y lo fácil que es de conseguir pese a su escaso valor nutricional. Como chaval en Queens, me crié con pizzas, hamburguesas y patatas fritas, porque era lo práctico y barato. Me parece violencia que ejercemos sobre nosotros mismos. Pero lo hice con humor.

Son 20 años en Hollywood. ¿El glamur deja huella? King Kong es, de lejos, la mayor película que he hecho. Ha habido películas independientes maravillosas, pero ninguna tuvo una promoción tan enorme, nadie te viene años después diciendo: “Te vi en El Profesor (2011) y me cambió la vida”. King Kong sí. Cerraron Times Square para preestrenarla. Ahí estaba yo en Nueva York, mi ciudad; el alcalde nos presentaba en el escenario. Veías mi cara en los vasos de cartón de McDonald’s. Sincronizaron múltiples cines para proyectar la película. No me he vuelto a ver en algo así. Había ejércitos de personas en la calle, a todo el mundo le gusta King Kong. Y había vendedores callejeros con pro- ductos no oficiales de la película, hechos por ellos mismos. Gorras, camisetas… Uno vendía unas gorras geniales e hizo el esfuerzo de atravesar la multitud y entregarme una de regalo. Qué gesto más generoso. ¡Y qué gorra más perfecta! Era de camuflaje y le habían cosido un parche de King Kong. Tenía un bolsillito en el interior. Me la puse y no me la quité durante años. Esa gorra dio la vuelta al mundo conmigo. Un día la perdí en un lago y pedí que el barco diera marcha atrás hasta encontrarla. Simplemente se me extravió… Pero aún me queda ese gesto, que no olvidaré jamás. El preestreno de King Kong.

¿La fama también le ha cambiado la forma de ver el mundo? La fama no es lo que la mayoría de la gente se piensa. A mí me ha llenado la vida del cariño de perfectos desconocidos. Mucha gente ha sido amable conmigo solo porque ha sentido una conexión al verme. Y no es falsa. Yo he expuesto algo de mí mismo y ellos han conectado con ello, ven el hombre que soy sin haberme conocido. Nos une una confianza, una conciencia de hasta dónde llega mi alma, que la mayoría de la gente no tiene con amigos, conocidos o con gente con la que trabaja durante años, porque la gente vive muy en guardia. El grado de exposición que ofrece un famoso solo lo obtienes en relaciones íntimas, cuando sientes que puedes compartir ciertas cosas, o no tienes opción de ocultarlas.

¿En qué se traduce eso para los que no somos famosos? Hace tiempo, en Nueva Zelanda, hice una caminata enorme. Acabé completamente perdido, a horas de distancia mi punto de partida. El paisaje era tan bonito que me dejé llevar. Aparecieron dos chicas, les pregunté dónde estaba y cómo volver a Wellington y me dijeron que quedaba a kilómetros de allí. Claramente, me reconocieron. Me llevaron a casa, fui sentado en el asiento trasero del coche y en ese viaje no se habló de cine, nadie le pidió el teléfono a nadie, no se hicieron selfis. Me dejaron en la puerta, me dijeron adiós y ya está. Eso no es lo que le ocurre a la mayoría de la gente que se va al otro lado del mundo, por desgracia. Deberíamos poder interactuar entre nosotros con ese nivel de confianza, tratarnos como vecinos.

Lleva 19 años siendo el actor más joven en ganar el Oscar. ¿Le frustra que sea ineludible hablar de ello todavía? No, es la cima de la carrera de todo actor. Cualquiera querría la oportunidad de dar con un trabajo tan profundo en varios niveles, y con tanto peso. El pianista está muy por encima de muchas obras cinematográficas, y no lo digo por lo que yo haya contribuido. Hace falta conocer lo suficiente el dolor y el sufrimiento en esta vida como para entenderlos, reformularlos en forma de arte y mostrar una época y una pérdida a esa escala que pueda entender una generación que no lo vivió. Da igual que yo gane diez premios más o ninguno. Nada va a cambiar lo importante, que es eso.

Sabe que su vida de actor, piloto, pintor, etc., muy común no es, ¿verdad? He visto muchas cosas y he vivido de todo, pero solo ahora lo veo todo con entusiasmo renovado. Cuando eres joven, tu vida entera gira alrededor de lo que quieres. Yo lo tenía muy claro y fui a por ello de forma muy emocional, casi inconsciente. Ahora no digo que sea más consciente, pero me veo eligiendo mejor a qué dedico mi energía. Y hacerlo le da más valor a lo elegido.


Fuente: https://elpais.com/icon/cultura/2021-08-07/adrien-brody-la-fama-no-es-lo-que-la-gente-se-piensa-a-mi-me-ha-llenado-del-carino-de-perfectos-desconocidos.html

Adrien Brody sobre: Wes Anderson, El Pianista y toda su historia en el teatro.

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Esquire México – Esquire Latinoamérica https://www.esquirelat.com/entrevistas/adrien-brody-the-french-dispatch-esquire/

Foto: César Balcázar

Nos encontramos con el Adrien Brody de la mirada nostálgica –el dueño de una de las narices con más personalidad en el mundo– en el acogedor Waldorf Astoria de Nueva York para esta sesión exclusiva con Esquire México. Disfrútenla tanto como nosotros lo hicimos preparándola.

Hay momentos en la vida donde las cosas parecen tomar sentido… pero este no es uno de esos momentos”, fueron las palabras que surgieron del actor Adrien Brody al ganar el Oscar por El Pianista, convirtiéndose –a sus 29 años– en el actor más joven en obtener la estatuilla, desde que Richard Dreyfuss lo hiciera por La chica del adiós en 1977. 

Unos segundos antes, Adrien Brody había saltado al escenario del entonces Teatro Kodak, en el corazón de Hollywood, tomando por sorpresa a la presentadora de su premio dorado, Halley Berry, con un beso en la boca que pasaría a la historia de la Academia como uno de sus momentos más eufóricos y controvertidos. 

El tiempo se vuelve más precioso. No se trata solo de los minutos del reloj, sino de estar presente.

Adrien Brody

Con el paso de los años, las palabras de Adrien Brody también han trascendido desde esa primavera del 2002, representando esa incredulidad ante ser elegido por algo más grande y ser insertado en una situación extraordinaria.

Los tiempos del 2020, que han recluido a la humanidad tras los efectos del Covid-19, hacen poderosa la reflexión sobre tratar de encontrar un sentido donde aparentemente no lo hay.

Foto: César Balcázar

“Creo que es una lección que aprendemos conforme crecemos. El tiempo se vuelve más precioso. No se trata solo de los minutos del reloj, sino de estar presente. Ahora, con el encierro de esta cuarentena, quiero sumergirme en las cosas que amo de la vida”, comparte Adrien Brody con Esquire, vía un enlace streaming en el cual el actor de 47 años luce enmarcado por un encuadre de Zoom. 

A manera similar, entre cuadro paredes se encuentra Adrien Brody en los primeros avances en línea de The French Dispatch (2021) de Wes Andersoninterpretando a Julien Cardozo, un vendedor de arte francés que ha sido colocado en una celda al lado de un famoso pintor, Moses Rosenthaler (Benicio del Toro), al que le ruega le de permiso de representar su obra en el mundo, si algún día se abren los candados de su encierro o llegaran a escapar. 

Inspirado en Joseph Duveen, quien en el siglo XX trajera obras europeas a los grandes museos de Estados Unidos, Cardozo es parte de un ensamble de personajes que Anderson convocó para ser personificados por los actores Timothée Chalamet, Léa Seydoux, Edward Norton, Elisabeth Moss, Willem Dafoe, Christoph Waltz y, el siempre presente en su lista, Bill Murray. 

The French Dispatch, cuarta invitación de Anderson a Brody, trae consigo el espíritu rebelde de los años 60, des- plegado en las publicaciones de un diario ficticio francés –muy a la revista The New Yorker– con historias, cuentos, caricaturas y anécdotas de personalidades singulares.

Mi mamá es una gran artista y una inspiración para mí. Antes de actor comencé a pintar y lo he hecho toda mi vida.

Adrien Brody, 2020

Todo con el estilo geométrico, colorido y musical que caracteriza a Anderson. “No necesariamente me atraen los personajes con los que tengo algo en común. Tanto Cardozo como yo tenemos un gran amor por el arte y me imagino que él pudo haber aspirado a ser pintor en su vida, pero en algún momento se volcó al aspecto del negocio de ese mundo”, refiere Brody, quien posee la fascinación por la imagen como su madre Sylvia Plachy, migrante húngara y fotógrafa profesional con exposiciones diversas.

Cuando en la entrega 75 del Oscar, Brody, desde la butaca, escuchó su nombre de la boca de Berry, a quien primero abrazó fue a Plachy, quien de pie desbordó su fascinación al ver a Jack Nicholson, Nicolas Cage, Nicole Kidman, y otro grupo de celebridades, otorgarle a su hijo también una ovación. 

Foto: César Balcázar

“Mi mamá es una gran artista y una inspiración para mí. Antes de actor comencé a pintar y lo he hecho toda mi vida. Pasé años persiguiendo y cultivando mi trabajo como actor y fue hasta hace siete u ocho años cuando volví a pintar de manera más seria. 

He hecho varias exposiciones, trabajando duro en eso. La cuarentena, sin duda, ofrece más oportunidades para hacer más en solitario”, dice Brody, quien en agosto del 2019 donó una pintura trazada con sus propios dedos a la UNICEF para ayudar a recaudar fondos.

Cuando en Esquire invitamos a Adrien Brody a su sesión fotográfica, en el corazón del Waldorf Astoria Hotel que colinda en Park Avenue, los ecos de los inicios del actor en el cine seguro llegaron, siendo Historias de Nueva York su primer incursión a la pantalla, dentro de la aventura de una niña que habita un hotel lujoso de la Gran Manzana. 

El Pianista … es entender el sufrimiento y odio que vive la sociedad, llevándome en ese año del rodaje a valorar mi buena suerte.

Adrien Brody, 2020

En esa producción de 1989, el propio Francis Ford Coppola fue padrino del inicio de la carrera en celuloide de Brody. A solo unos pocos kilómetros de ahí, en su natal Woodhaven, Queens, el actor había experimentado el arte de asombrar al público, cuando se vistió de mago y se autonombró “The amazing Adrien”, ejecutando diversos actos en fiestas para niños. 

Pero también ese vecindario fue donde Brody recibió los primeros embates de violencia del mundo al ser atacado por otros niños con crueles comentarios. Su madre fotógrafa y su padre –pintor y maestro de arte–, usaron su sensibilidad para matricularlo en clases de actuación. 

A los 13 años de edad, Adrien ya estaba sobre el escenario de Off-Broadway y había participado en una producción del canal de televisión educativo, PBS. 

El joven actor creció para dominar su propio cuerpo como instrumento de comunicación, con una complexión espigada y mirada melancólica que recuerda a los maestros de la comedia silente en el cine, como Keaton y Chaplin, sumado a ese perfil de nariz grande que lo coloca por igual como un europeo, un migrante o un hombre con presencia que no quiere doblegarse ante los embates de la vida. 

“Al ser actor tienes tus primeras oportunidades y algunas de ellas son tan profundas como aquellas que vendrán después en tu vida, que podrían parecer más trascendentes. Esto es porque esas oportunidades son las primeras veces que tienes acceso a un verdadero crecimiento”. 

Foto: César Balcázar

“Por ejemplo, el inicial llamado de un director importante, donde entiendes el porqué siempre debes esforzarte en todo momento para que exista esa dinámica actor y realizador”, explica Brody, que similar a veteranos de la actuación como Donald Sutherland, ven cumplida su misión histriónica cuando ayudan a materializar la visión del director. 

Sin duda, la alianza que marcó un antes y después en la vida de Brody, fue su colaboración con Roman Polanski, controvertido artista del lente, quien vio en la autobiografía de su compatriota polaco Wladyslaw Szpilman, inspiración de El Pianista, la posibilidad de narrar su propia experiencia de supervivencia en el Ghetto de Cracovia. 

“El Pianista fue un viaje épico en mi vida y lo que aprendí, en ese proceso de trabajar con Roman, es entender el sufrimiento y odio que vive la sociedad, llevándome en ese año del rodaje a valorar mi buena suerte como joven neoyorquino, haciéndome consciente de la pérdida y los estragos de la guerra”, afirma. 

Nunca me imaginé que habría un reconocimiento por mi trabajo.

Adrien Brody, 2020

“Fue algo muy profundo, tanto que no puedo ni poner en palabras lo que la experiencia de filmar El Pianista significó para mí. Fue un gran regalo. Algo que te abre los ojos y que agradeces haya provenido de tu trabajo”, siente Brody, quien adelgazó de sus 70 kilos a 55 para su papel de superviviente del holocausto. 

Para el filme que lo llevaría al Oscar, Brody tuvo que llevar a un nivel mayor su expresividad de las manos, que siempre le han dado carácter a su actuación, teniendo que aprender a colocarlas y moverlas sobre el teclado del piano lo más semejante a un profesional.

El propio Polanski colocaba en bocinas la música del pianista Szpilman, para que Adrien marcara las notas con esa mezcla de fiereza y delicadeza de su persona. 

“Nunca me imaginé que habría un reconocimiento por mi trabajo. Como el joven que era, sentí un despertar como persona. Fue ciertamente un enorme giro en mi carrera y una gran suerte haber recibido un material de tan altísimo nivel y tan temprano en mi profesión”, revela Brody. 

Así llegó a su manos la oportunidad de colgarse del cine de aventuras y viajar en el mundo, pasión que comparte con sus seguidores de Instagram, como la escalada en Nepal a las faldas del Everest. 

Brody lo mismo ha sido el excursionista en la Isla Calavera del King Kong de Peter Jackson, que el soldado de la segunda guerra mundial apostado en el Pacífico de La delgada línea roja, de Terrence Malick. 

Igual se ha vestido de detective de cine negro en Hollywoodland, que leído los diálogos de Woody Allen en Media noche en París, ser parte de un thriller para Spike Lee en Summer of Sam que salvando al mundo de alienígenas en el remake de Depredador; ni hablar de su gran escape en la biografía de Houdini.

Foto: César Balcázar

El mundo volteó a verlo con su interpretación del torero Manolete, en el filme biográfico del mismo nombre, donde Brody pudo llevar su acostumbrada intensidad al terreno del amor trágico, pisando los pétalos rojos lanzados por Penélope Cruz en una cinta cuya sentencia inicial explica un poco esa mirada de Adrien hacia los temas oscuros de algunos de sus filmes. 

Para ser un gran torero, tienes que estar un poco enamorado con la muerte”, sentencia. El salto de lo negro a la luz, y de lo sombrío a la carcajada, podrían ponernos a Brody como un danzante en su actuación, nunca sintiéndose cómodo en un sitio y ahora, en The French Dispatch, celebrando su colaboración con Anderson tras haber estado en su Viaje a Darjeeling (2007), El fantástico Señor Fox (2009) y El Gran Hotel Budapest (2014). 

“Me siento muy privilegiado de trabajar con Wes Anderson. Tener una verdadera amistad con alguien con quien puedes colaborar de manera creativa es un regalo. Somos como una familia y cultivar esa intimidad y confianza con alguien que te ayuda a elevarte de manera artística es una bendición”, explica Brody. 

El actor con rostro posmoderno, que tiene una caricatura de sí mismo en su cuenta de Instagram, también ha aprovechado el tiempo para componer música y escribir el proyecto Clean, usando su propio espacio entre paredes para crear arte, reinventarse y gestar historias que intenten darle sentido a las cosas, mientras el mundo toca notas de luces y sombras en este inicio del siglo

CRÉDITOS:

Fotografías por: César Balcázar 
Entrevista por: Constanza Alcocer
Texto por: Mario P. Székely

Esquire México – Esquire Latinoamérica https://www.esquirelat.com/entrevistas/adrien-brody-the-french-dispatch-esquire/

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