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[Fotos & entrevista: GQ magazine, 2021] Adrien Brody ha encontrado su lugar.

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Casi 20 años después de ganar un Oscar y reclamar su título como uno de los actores más serios de su generación, Adrien Brody ha hallado una nueva motivación.

Adrien Brody llega pertrechado con fruta. Nos citamos en el parking de una popular ruta de senderismo de Los Ángeles, y rápidamente me entrega los snacks que ha preparado: un recipiente de plástico lleno de cerezas y sandía, junto con un par de botellas de agua, zumo de naranja recién exprimido y dos panes tostados con mantequilla envueltos en una servilleta. Es un tipo encantador, sin duda, pero también un actor al que le gusta hacer un profundo trabajo de preparación, sin importar el papel. Comemos sentados en un banco. Aún no son las nueve de la mañana. Las cerezas están riquísimas.

Brody tiene 48 años y lleva 30 actuando profesionalmente. En este tiempo, se ha hecho conocido por la intensidad con la que afronta su compromiso con el trabajo: perder peso, ganar músculo, gatear por el bosque… “Hago lo que sea necesario por un papel”, dice, “y todos en mi vida lo entienden y lo respetan”. Como todos los actores, ha tenido altibajos, pero tal vez debido a esa intensidad, los altos de Brody han sido más altos, y sus bajos, tal vez más bajos, en comparación con muchos de los intérpretes que consideramos sus compañeros y a quienes llama amigos. Sigue siendo el hombre más joven en ganar el Oscar a mejor actor en la historia de los premios de la Academia. Y también decidió, no hace mucho, pasar unos años haciendo cualquier cosa menos actuar.

Este otoño será un periodo inusualmente prolífico para el actor. Está en la tercera temporada de Succession, en la que interpreta a un inversor activista que se enfrenta a la familia Roy. Después viene The French Dispatch, su cuarta película con el director Wes Anderson (la quinta ya está en camino). Y en algún momento del próximo año lo veremos dando vida a dos figuras legendarias: el dramaturgo Arthur Miller, en Blonde –la película de Netflix sobre la esposa de Miller, Marilyn Monroe–; y el entrenador de baloncesto Pat Riley, en la serie de HBO de Adam McKay sobre la era del “Showtime” de Los Angeles Lakers en la década de los 80. Muy consciente del componente azaroso que rige la carrera de un actor, está emocionado de que haya tantas cosas sucediendo a la vez. “He hecho muchas cosas divertidas, pero ahora estamos en un buen momento”, dice. 

Brody siempre ha aplicado su método del máximo esfuerzo a todo, sin importar la calidad del material. De hecho, no han sido pocas las veces que su trabajo ha sido lo único salvable de ciertas películas. Ahora, sin embargo, tiene una serie de papeles en proyectos del más alto nivel que finalmente parecen estar debidamente calibrados a sus habilidades, y eso podría mostrarle al público un Adrien Brody diferente.

La serie de los Lakers todavía está en producción el día que nos encontramos. Mientras comenzamos nuestra caminata, Brody –con botas de montaña, una gorra de los Yankees y gafas de aviador oscuras– explica que algo un poco extraño está sucediendo con el papel de Riley.3 Brody no sabía mucho sobre el entrenador antes de prepararse para el personaje, pero rápidamente se enteró de que la historia de Riley era más compleja de lo que pensaba. Antes de que Riley se convirtiera en un entrenador reconocido en el Salón de la Fama, había sido una estrella de baloncesto universitaria y luego jugador suplente en un equipo de los Lakers que ganó el título. Después de una carrera profesional de nueve años, Riley se retiró a los 30 y, como dice Brody, “se encontró en Los Ángeles tratando de averiguar cuál era su lugar dentro del mundo del deporte y sin ser capaz de aceptar la jubilación anticipada”. Riley terminó a cargo del que se convertiría en el equipo insignia de la década de los 80, pero sólo después de que el entonces entrenador de los Lakers sufriera un terrible accidente de bicicleta y de que el entrenador asistente que lo reemplazó fuera despedido. “La desgracia de un hombre creó una oportunidad para otro”, explica Brody. McKay, el director, y Max Borenstein, el escritor de la serie, necesitaban un actor que pudiera reflejar la dualidad de espíritu del entrenador. Brody parecía perfecto, “porque es una mezcla única de elegante confianza y vulnerabilidad”, me dice McKay en un correo electrónico. “Y ésa es una descripción perfecta de Riley. Aunque, obviamente, Riley no muestra la vulnerabilidad ni se siente tan cómodo con ella como Adrien. Pero puedes ver claramente que está ahí”.

Ése es el Riley en el que ha estado pensando: no el icono fanfarrón y con traje Armani, sino un joven preocupado porque sus mejores años han quedado atrás, desconcertado por las circunstancias que le han llevado a ocupar su posición en la vida.

Es gracioso, dice Brody, lo mucho que la historia de Riley se parece a la suya. Vivir con ese espejo delante durante estos últimos meses le ha hecho pensar en la extraña tormenta que se desató sobre su vida y su carrera después de ganar el Oscar, en 2003, por su trabajo en El pianista. En aquel entonces, Brody tuvo que luchar con el mismo tipo de contradicción que enfrentó Riley cuando le entregaron las riendas de los Lakers: estaba aparentemente en la cima del mundo y, sin embargo, se sentía incapaz de controlar la trayectoria de una carrera que había alcanzado el punto más alto demasiado temprano. En el caso de Brody, la avalancha de fama y trabajo que siguió a la película le proporcionó una cierta seguridad, pero la experiencia también lo dejó deprimido y con un trastorno alimentario, y reordenó permanentemente las expectativas, tanto de la industria como suyas, sobre la dirección de su carrera y el significado del éxito.

Mientras explica todo esto, deteniéndose en divagaciones sinuosas sobre la naturaleza de la suerte y los caprichos de la producción cinematográfica independiente, un excursionista con la piel bronceada y un marcado acento neoyorquino nos detiene en medio del camino. Reconoce al actor y se presenta como Jack. Nos cuenta que conocía a Gerald Gordon, un profesor de interpretación con el que Brody dio algunas clases cuando se mudó por primera vez a Los Ángeles. Jack explica que Gordon le había dejado instrucciones de enviar sus mejores deseos a Adrien Brody en caso de que un día se lo encontrara. Lo que sonaría al delirio de un loco si no fuera porque es exactamente lo que acaba de suceder. Jack parece tan confundido como nosotros. Brody ofrece su agradecimiento y termina elegantemente la conversación.

Quizás gracias al entrenamiento de Brody como actor, o quizás sólo a su sensibilidad congénita, eventos monótonos como éstos –una caminata, una charla con un amigo de un viejo maestro, una discusión sobre en qué está trabajando estos días– parecen imbuidos de una gravedad especial cuando él los toca. A lo largo de nuestro tiempo juntos, aprendí que las metáforas tienden a seguirlo, algunos días como una camada de cachorros, otros como una colonia de avispas enojadas.

Durante toda su carrera ha puesto cada gramo de sí mismo en los papeles que ha interpretado. Pero ahora mismo, con el trabajo de Riley y todo lo que le rodea, parece listo para aprender de nuevo. Abundan las lecciones útiles, si uno está dispuesto a escuchar. “Solo estoy tratando de vivir abiertamente y sin miedo”, me dirá más tarde.

Al subir una colina, Brody acelera el paso. Se voltea hacia mí. Llevamos caminando unos 15 minutos. “Así que, de todos modos”, dice, “así es cómo, si tienes suerte, acabas abriendo nuevos capítulos en tu vida”.

Brody se tiró todo el verano grabando la serie de los Lakers en varios lugares de Los Ángeles. Todas las mañanas doblaba su cuerpo larguirucho para meterse en su Fiat con cristales tintados, trucado, con palanca de cambios, y lo conducía desde su casa en The Hills hasta el lugar donde se rodara ese día. Rápidamente llegó a amar el trayecto, o tal vez menos el trayecto específico que la pequeña alegría de tener finalmente uno que hacer. Gran parte de su trabajo como actor se ha desarrollado en localizaciones menos cómodas. Hace mucho tiempo se dio cuenta de que su amigo Owen Wilson, de alguna manera, se las arreglaba siempre para terminar actuando en películas que se rodaban en su misma ciudad. Brody no tenía tanta suerte. “Si Owen vivía en Santa Mónica, hacía una película en Santa Mónica”, dice. “Yo ya podía estar rodando en Bulgaria en invierno que a Owen le tocaría bajar a Santa Mónica, a cinco manzanas de su casa, y probablemente hasta podría irse a casa a comer. Es algo asombroso”, asegura, tener un trabajo al que puedes ir en coche.

Es cierto que, si tuvieras que hacer una película ambientada en Santa Mónica, probablemente no elegirías a Adrien Brody. Sin embargo, si tuvieras que hacer una película que necesitara un rostro de Europa del este distorsionado por el sufrimiento, o si requirieras el tipo de actor que podría considerar una producción independiente de bajo presupuesto en los Balcanes como una especie de aventura gloriosa, Brody sería tu mejor opción.

Parte de esto es anatomía simple. Tiene la nariz recta y respingona, los ojos verdes amplios y hundidos, y un par de cejas arqueadas en permanente expectación. Parece irónico pero también un poco triste. Su voz, ronca, nasal, salpicada de sabiduría, parece atemporal. Wes Anderson aprecia esta cualidad. “Una cosa rara de Adrien es que, si tuviera que trabajar repentinamente alrededor de 1935, en lugar de en 2021, podría hacerlo”, me dice en una nota de voz narrada de manera divertida, compuesta en respuesta a mis preguntas.

Brody lo acepta todo honestamente. Su madre, la fotógrafa Sylvia Plachy, se fue de Budapest a Viena cuando era adolescente, en la época de la Revolución Húngara, y finalmente llegó con su familia a Nueva York, donde más tarde comenzaría a filmar para Village Voice. La vida y el trabajo de su madre le di ron la capacidad de “ver la complejidad que la mayoría de las personas se pier- den, en todas partes, a su alrededor, y poder captarla; e inmortalizarla. He visto el mundo a través de esa lente”, dice. Era un niño sensible al que le molestaba serlo, hasta que se dio cuenta de que esa cualidad también podía ser un regalo. Actuar le abrió una nueva forma de relacionarse con el mundo, dice: “Afortunadamente, había estas escapatorias: seres humanos maravillosamente complejos en los que me podía convertir, con los que podía relacionarme de una forma u otra. Y purgarme, supongo, o participar en el sufrimiento de otro ser humano, y no sentirme solo en el mío. Y luego comprender la universalidad de todo nuestro sufrimiento y alegría, pero abrazar los momentos de alegría y honrar el vasto sufrimiento que, lamentablemente, es la capa subyacente generalizada”.

Mamá regresó de un encargo para filmar en la Academia Estadounidense de Artes Dramáticas con la sensación de que a su hijo único, mago amateur y artista natural, le gustaría estudiar interpretación formalmente. En poco tiempo, estaba asistiendo a cuatro clases al día en LaGuardia High School y preparando un papel para Francis Ford Coppola en New York Stories.

Ese trabajo de un día le brindó lecciones que perduraron. El guion decía que un par de chicas tenían que mostrar una fuerte aversión a la horrible colonia que usaba el personaje del adolescente Brody, así que el director lo roció de arriba a abajo. “Coppola decidió usar la técnica del Método y me echó una botella de colonia asquerosa encima, para que las chicas tuvieran algo a lo que reaccionar”, recuerda Brody.

A los 19 años, Steven Soderbergh lo dirigió en su película sobre la era de la Gran Depresión, El rey de la colina. Anderson recuerda que la vio con Owen Wilson y que la actuación de Brody lo cautivó al instante. “Era una de esos trances en los que puedes sentir de inmediato que estás delante de una estrella de cine”, asegura. “De algún modo, él se sobrepone a todo con una sonrisa, y parece tan relajado… Simplemente te atrapa, instantáneamente “.

Por un tiempo, el estrellato pareció serle esquivo. Obtuvo un papel importante en La delgada línea roja, pero sólo para enterarse después de que el director Terrence Malick lo había excluido de casi toda la película; y realizó algunas escenas en Summer of Sam de Spike Lee como un punk libertino de Nueva York. Brody siguió intentándolo.

Mientras hablamos, el sendero se termina y acabamos fuera del cañón, en una calle tranquila –un frondoso callejón sin salida rodeado de grandes casas–. Más adelante está el camino que nos conducirá suavemente colina abajo, hasta el lugar donde dejamos nuestros coches. Pero Brody tiene una idea diferente. “Conozco otra salida”, dice, y añade una pequeña advertencia. “Pero es una locura”. Efectivamente, localiza un nuevo rastro. Es un camino estrecho y empinado de una sola pista que en ese momento hierve al calor del mediodía. Lo tomamos.

Es el don de Adrien Brody, pero quizás más a menudo su maldición: que vive para los papeles difíciles. Y no sólo los difíciles, sino también los que lo golpean físicamente, los que ponen a prueba su cordura. “Siempre me digo: ‘¿Por qué elegí esto? ¿Por qué quiero hacer esto? Estoy muy dispuesto a hacer casi cualquier cosa por un personaje. He comido gusanos. He comido hormigas. He saltado de helicópteros. Y solo después dices: ‘Guau, eso fue realmente estúpido. ¿Por qué hice eso?”.

La respuesta es siempre la misma: “Porque no quieres tener miedo. Esa sensación te nubla el juicio y acabas aceptando”.

Tenía 27 años cuando Roman Polanski le dio la oportunidad de poner a prueba sus principios sobre la actuación y el sufrimiento. En El pianista, una historia real de resistencia y devastación, interpretó al personaje principal, Wadysaw Szpilman, un músico judío que sobrevivió a la ocupación nazi de Varsovia. Para prepararse, Brody transformó su vida. Vendió su coche y desconectó sus teléfonos. Abandonó su apartamento y guardó sus cosas en un trastero. Pasó días enteros en habitaciones de hotel en Alemania y Polonia, practicando el piano. 

“Fue una enorme responsabilidad y me cambió”, dice. Físicamente, el rodaje fue una pesadillaAl terminar la producción, estuvo deprimido un año. Le desagradaba su cuerpo, devastado por una dieta de choque que bajó su peso hasta los 60 kilos. Todo el asunto le dejó con una tristeza que aún perdura. “Pero no tenía idea de lo que vendría”, dice. “No tenía ni idea.” 

“Aspiré por más, y me pareció que mi teoría de contribuir y verter mi sangre, sudor y lágrimas en un proyecto no dio los resultados”.

Por supuesto, El pianista fue recibida con entusiasmo, en especial por la inquietante interpretación de Brody. Fue nominado para un premio de la Academia y, en apariencia, fue admitido en ese reino reservado para los mejores actores, o los más comprometidos, o los más locos. Se instaló en la imaginación del público como quizás el próximo Robert De Niro o el próximo Daniel Day-Lewis, el protagonista desquiciado, no canónicamente guapo pero obviamente sexy, que será la primera opción de cualquier director para todas las películas dramáticas por el resto de su vida.

La semana de los Oscar, Brody recibió una llamada de Jack Nicholson; ambos estaban nominados a mejor actor, junto a Day-Lewis, Michael Caine y Nicolas Cage. Estados Unidos acababa de enviar tropas a Irak, y Jack convocó a los nominados en su casa para coordinar una respuesta. Fue un shock. La primera vez que hablaron, asegura Brody, le llamó Brophy. “Y ahora Jack va y me invita a su casa. Y estoy ahí con Michael Caine y con Nicolas Cage, y ellos están bebiendo whisky y fumando puros y estamos sentados en un pequeño círculo”. Todos menos Brody ya habían ganado un Oscar. Nicholson sugirió que no asistieran al espectáculo, en protesta por la guerra. Brody dijo: “Oíd, no sé vosotros, chicos, pero yo sí voy a ir. Aunque estoy de acuerdo con vosotros: creo que quien suba al escenario tiene la responsabilidad de hablar de lo que está sucediendo”. Simplemente no pensó que fuera a ser él.

Pero fue él. Brody no esperaba ganar: la mañana del espectáculo, recuerda estar sentado en la acera de Beverly Boulevard frente a un restaurante en Hollywood, abrumado por la enormidad de todo, mientras sus padres, que estaban de visita, esperaban a que se recuperara. Pero la victoria tampoco fue una tontería. Había puesto todo lo que tenía en el papel, y la experiencia pareció solidificar su convicción de que, con suficiente esfuerzo, podría encarnar y retratar los extremos más crudos de la experiencia humana. Era una locura pensar que podía estar cerca de comprender el sufrimiento de un superviviente del Holocausto como Szpilman, pero había una especie de euforia en el esfuerzo de intentarlo. “Fue la cosa más dura que he experimentado en mi vida. Después, cada vez que me he revolcado en mi propio sufrimiento, he tenido esa perspectiva”, dice. Aprendió una lección simple e indeleble: el arte con mayúsculas es doloroso. Por eso es también prácticamente el único tipo de arte que vale la pena intentar.

Su secreto, si se puede llamar así, era que no siempre actuaba. “He trabajado con actores que son brillantes y no parecen falsos, pero apenas saben actuar. Saben crear”, dice. “Es un truco de magia maravilloso. Saben actuar como si te quisieran, y realmente no es así. Y a mí me cuesta trabajo”. En una escena de El pianista, tenía que trepar por una pared, lesionarse el tobillo mientras aterrizaba del otro lado e irse cojeando. Así que se metió una piedra afilada en el zapato. Dolía al aterrizar y luego al caminar también. “¿Para qué molestarse en fingir una cojera?”, pregunta ahora. “Sólo duele durante un minuto. Simplemente hazlo”.

Incluso ahora, que se está metiendo en la piel de una serie de iconos viriles de la masculinidad estadounidense, como Riley en Succession –al que Brody llama su “tiburón”– o el esposo de Marilyn Monroe, esta forma de pensar es útil. “No hay arrogancia sin sufrimiento”, dice. “De hecho, la chulería de la mayoría de la gente suele ser el resultado de mucho sufrimiento”. La arrogancia, razona, puede ser en sí misma una especie de cojera.

Es posible que el público sólo capte los más pequeños destellos de esto: la armadura de dolor que Brody construye debajo de la superficie de cada personaje. Pero sabe que está ahí. “Eso es esencial, al menos para mi proceso”, dice. “No siempre necesito una piedra. Pero a menudo tengo una piedra”. Una piedra real, aclara, puede ser útil para transmitir todo tipo de emociones, incluso si su personaje no tiene problemas en los pies.

“Ahora estás conociendo todos mis secretos”, dice riendo. “Mierda. Incluso cuando no estoy cojeando. Por eso parezco tan melancólico. Tengo una maldita piedra en el pie”.

Una cosa que Brody enfatiza mientras caminamos es cuán improbable era que sucediera todo esto: cuántas cosas pequeñas e imposibles tienen que salir bien para hacer cualquier película, y mucho más una que impulsa a su actor a través de la temporada de premios para acabar convirtiéndolo en un icono hollywoodiense“Sabes, esas cosas no suceden prácticamente nunca”, dice. “Pero puedes tener la expectativa de que deberían suceder con regularidad”.

Le llevó un tiempo superar esa expectativa, por lo que los años que siguieron a su victoria en los Oscar le des- orientaron. “Llevaba 17 años actuando, así que la gente me reconocía y era normal”, dice. “A los paparazzi no podía importarles menos. Nadie me seguía. Nadie se comportaba de forma extraña. Nadie hacía cosas raras. Y luego, de repente, todo empezó a ser muy extraño”. Después de ganar el Oscar, no volvió a tener una interacción igual con ninguna persona. “Fue como si hubiera entrado una tormenta”, dice. “Todo comenzó a volar, la vida que conocía”.

No cambies, le decía la gente. No cambies. Y él no lo hizo. Pero todos los demás sí. Le hablaban de una manera diferente. Los amigos querían hacer negocios con él. Los fotógrafos querían tomarle fotos. Los directores lo querían para sus películas. Nada de eso le sentó muy bien. “Es como si me hubiera llevado una década descubrir quién era y dónde estaba. Mucho vivir y perder, y ganar y perder”, dice.

Durante un tiempo, tuvo la inusual mala suerte de aparecer en varios proyectos fallidos de cineastas de éxito. Hizo The Village, el primer gran tropiezo de M. Night Shyamalan. El remake de gran presupuesto de King Kong, de Peter Jackson. La lúgubre película de Wes Anderson Viaje a DarjeelingThe Brothers Bloom, de Rian Johnson. To-as eran elecciones lógicas, por sus propios méritos; todas las actuaciones caracterizadas excepcionalmente con el intenso elemento melancólico de Brody; todos los resultados desafortunados, según la dura crítica de Hollywood.

Soñaba con escaparse, con encontrar un lugar en el norte del estado de Nueva York, el tipo de casa que su padre habría marcado en los listados de inmuebles cuando era niño. Sus amigos Mark Ruffalo y Vera Farmiga vivían en refugios alejados de la ciudad, lo que demostraba que escapar no era incompatible con una carrera en Hollywood. Estaba saliendo con la actriz Elsa Pataky en ese momento, y pensó que podrían hacerlo juntos. “Recibí demasiada atención para mi gusto, y pensé que podría buscarme un lugar apartado, entrar, hacer mi trabajo y retirarme otra vez… No sé por qué, pero imaginé que sería fácil”.

Pero tratándose de Brody, no fue fácil. Estaba trabajando en una película en Serbia cuando encontró Stone Barn Castle en un listado de inmuebles. La enorme casa de guijarros unidos por cemento, a unas cuatro horas de la ciudad de Nueva York, tenía establos para caballos e incluso un huerto de manzanos. Brody se enamoró de ella. “Soñaba con algo dramático”, dice. La compró y sorprendió a Elsa con ella. 

Se pusieron a hacer una renovación masiva. Pero la relación terminó antes de que pudieran mudarse de la casa de huéspedes al edificio principal. 

Pasarían todavía tres o cuatro años antes de que Brody lo estrenara, tan intensa era la reforma. Lo que comenzó como un lugar para escapar se convirtió en un proyecto que lo consumía todo. Viajó a India y China para encontrar los materiales adecuados. Compró ventanas de iglesias y vigas talladas a mano en granjas de Nueva York, Pensilvania y Canadá. Tuvo un equipo sólo para repasar las piedras durante cuatro años. Consejo gratuito de Adrien Brody para remodelar el hogar: no te preocupes por repasar las piedras. “Contraté a un grupo de hombres para que esculpieran cada piedra, bajo tierra y en la parte de arriba. Y luego, cuando todo estaba terminado, se veía igual. Un poco más ordenado”. Ese sentimiento impregnaba todo el proyecto: “Todavía no sé cuál es realmente su propósito”, dice. “Pero es un logro”.

Y luego, hace cinco o seis, o tal vez ocho años, se dio cuenta de que su trabajo diario no se estaba volviendo más fácil. Seguía aplicando el esfuerzo maníaco que lo llevó a la fama, pero el trabajo ya no parecía compensar el esfuerzo. “Hubo un largo periodo de tiempo en el que me di cuenta de que ese camino no estaba funcionando, por alguna razón”, dice. “Aspiraba a más, y sentí que mi teoría de contribuir y verter mi sangre, sudor y lágrimas en un proyecto no estaba dando los resultados que esperaba. Hubo una desconexión, de alguna manera, con lo que había hecho durante tanto tiempo, y simplemente no estaba funcionando”. Así que dio un paso atrás. Terminó los proyectos en los que estaba trabajando y rechazó los que venían. Se dejó crecer el pelo y la barba. Salió con artistas y comenzó a pintar. Hizo música. Viajó por el mundo.

Con el tiempo, estos pasatiempos dejaron de ser meras distracciones del mundo de la actuación y se convirtieron en formas de reforzar su fe en su propia creatividad: formas diferentes, y a menudo menos dolorosas, de canalizar su energía. “Eso es vivir, no huir”, dice. “Es estar presente con algo y tratar de crear algo que perdure”.

Inicialmente, nuestro plan era reunirnos nuevamente el día siguiente para conversar durante la comida. Pero mientras comemos en el estacionamiento después de nuestra caminata, pensamos: ¿por qué no volver a hacer esto mañana? Tendremos que levantarnos un poco antes, para tener en cuenta el calor, pero Brody está de acuerdo y yo también. Más tarde, esa noche, me envía las coordenadas que debo seguir, a las 7:30 de la mañana siguiente, para llegar al principio de un sendero cerca de un espeluznante zoológico abandonado. Esta vez, Brody ha empacado un recipiente de melocotones y naranjas en rodajas, y trae pequeños tenedores de ostras que usamos para comer la fruta.

Casi de inmediato, Brody centra su atención en una ardilla escondida en una roca cercana. Se agacha, deseando que la criatura se acerque, y se disculpa con ella por no haber traído comida. “Lo siento”, dice. “No he venido preparado porque no sabía que iba a conocer a un tipo tan tierno”. Brody es paciente y está quieto, y funciona: la ardilla se acerca unos centímetros, luego se retira y luego se acerca de nuevo. Repiten el baile hasta que el animal está a un centímetro de la mano de Brody. “Adrien Brody imita con realismo el ruido de la ardilla”, dice, anticipando cómo aparecerá la interacción en esta historia, “y luego se comunica con el animal salvaje que está delante de mí en el zoológico”. Todo esto dura unos cinco minutos. “Le di la oportunidad de morderme”, dice Brody, tras romper el contacto visual con la ardilla. “No lo hizo”.

Adrien sigue arriesgándolo todo, todavía está dando a las ardillas del mundo la oportunidad de morderle, pero últimamente las cosas han estado saliendo como él quiere. Mantiene una feliz relación con la diseñadora de moda Georgina Chapman. (Debido a que Chapman estuvo casada anteriormente con Harvey Weinstein, Brody se ha convertido nuevamente en un foco de la prensa). “La vida funciona de maneras misteriosas, digámoslo de esa manera”, dice sobre la relación. Y luego, más tarde, sobre la extraña forma en que su relación se ha convertido en algo de interés para el público: “¿Qué podría decir respecto a eso que lo convierta en algo diferente de lo que es?”.

Encontró su camino de regreso a Hollywood, primero en pedacitos y luego todo a la vez. Pasó un tiempo escribiendo y luego haciendo Clean, una película sobre un trabajador de saneamiento de Nueva York con un pasado tortuoso, que se estrenará el próximo año. Ese proyecto le permitió explorar algunas ideas profundamente arraigadas sobre lo que hace que el drama sea convincente, en el cine y en la vida: “Todo tiene que ir en tu contra. Y luego, si lo logras, se convierte en algo heroico, y eso es la vida real, y eso es a lo que todos se enfrentan todos los días”. (También pudo disfrutar de una pasión que tiene desde hace mucho tiempo: su personaje conduce el Buick Grand National 1987 negro mate de su propiedad. “Es un coche hermoso”, dice. “Muy amenazante”).

Tras alejarse un tiempo y ganar una nueva perspectiva, descubrió que algunos “cineastas interesantes” le llegaban con cosas. Muchos de estos proyectos le han liberado de la responsabilidad de ser el protagonista obligado a sufrir para el disfrute del público. En cambio, hace un trabajo muy agudo con los personajes. Roba las escenas y clava las bromas.

En especial, le encantó interactuar con Brian Cox y Jeremy Strong en el rodaje de la tercera temporada de Succession. “Ahí estoy saltando con estos grandes tiburones en su elemento, en su océano”, dice Brody. “Y luego tengo que saltar y morderles de vuelta. Me gusta lo emocionante que es eso”. Conoce a un par de tipos como su personaje, dice, los famosos multimillonarios. Le pregunto si los ha llamado para preguntarles sobre los aspectos más importantes del estilo de vida de un ejecutivo. “No, no, ni siquiera necesito hacerlo”, dice sonriendo como si acabara de completar su formación como director de ventas. “¡Ya les he preguntado! ¡Ya lo sé todo!”. Brody dice que le ha gustado trabajar con el tono crudo y divertido del programa. “Tiendo a insistir en muchas de las cosas fuertes que veo en la vida”, dice. “Pero hay mucho humor incluso en las cualidades no tan agradables de la gente que conoces. Ciertas cosas que salen a relucir y piensas: ‘Eso ha sido extraño’ o ‘Eso ha sido un poco ofensivo”.

En otras ocasiones, se inclina hacia la comedia pura. En The French Dispatch interpreta a un hábil tratante de arte que reconoce, en un pintor encarcelado por asesinato, el futuro del arte contemporáneo –y, con alegría, se ríe–. Dirigida por Wes Anderson, es la última colaboración que le está ayudando a reescribir la trayectoria de su carrera. “Wes me ha permitido divertirme”, dice. Más que eso, parece que Anderson le ha mostrado al resto de Hollywood que Brody también puede divertirse. “No es algo que [Wes] haya tenido que sacarse de un sombrero”, dice Brody, con una encantadora insistencia en que ha aprendido a relajarse y divertirse un poco.

Por supuesto, Brody todavía disfruta del trabajo duro. Andrew Dominik, director de la película biográfica de Marilyn Monroe Blonde, elogió la actitud de Brody a la hora de no pulir su retrato de Arthur Miller. “Está interpretando a un personaje al que no se le ve con simpatía”, me dice Dominik. “Y a menudo, cuando un actor está interpretando un papel poco halagador, lo hace actuando como un idiota. Es una forma de decir: ‘Estoy jugando a ser un idiota, pero no soy yo’. Y el instinto de Adrien fue todo lo contrario “. Mientras tanto, Chapelwaite, estrenada este año, fue la típica actuación sufrida de Brody. La serie de Epix, adaptada del cuento de Stephen King Jerusalem’s Lot, era puro horror gótico, pero Brody, no obstante, fue capaz de extraer algo de su experiencia: interpretó a un hombre conducido a la locura después de tomar posesión de una casa embrujada.

Con el tiempo, Brody se ha vuelto un poco más sabio sobre aquello por lo que vale la pena sufrir. Para explicar este cambio, me cuenta una historia sobre una película que hizo hace más de una década. Wrecked era un incómodo thriller cuya acción comenzaba momentos después de que el personaje de Adrien estrellara su coche en un barranco y sufriera un ataque de amnesia (y algo peor). Brody aparece en casi todas las tomas con diversos grados de agonía. “Sólo se me ve gritar y golpearme durante un par de horas”, así lo describe. El rodaje fue brutal: el personaje tiene una pierna rota en la película, lo que significa que Brody se pasó la mayor parte de la producción arrastrándose boca abajo por el bosque. Después de un tiempo, comenzó a usar el dorso de las manos para gatear, ya que sus palmas estaban llenas de espinas.

Un día estaban filmando al lado de un río, y Brody notó que el agua que corría había tallado un pequeño estanque ovalado perfecto en el centro de una roca. En este estanque, Brody vio “un gusano que se ahogaba, ondulando en el fondo de la piedra”. Parecía una de las fotografías de su madre. Este pequeño gusano, ahogándose pero todavía retorciéndose hacia la superficie, peleando una batalla que Brody podía ver que estaba condenado a perder, lo llenó de emoción. Sabía que ésa era la razón por la que estaba sufriendo durante el rodaje: éste era su personaje en una sola toma. “Ese tipo no lo logrará, y es tan hermoso”, dice. “Es tan pintoresco y trágico, y abarca todo lo que estamos diciendo”. Le pidió al director que lo filmara.

Pero Wrecked era una película independiente, con poco dinero y poco tiempo. El director dijo que no. Brody preguntó de nuevo. El director volvió a decir que no. “Me lo comeré”, ofreció Brody. El director pidió su cámara. Brody se comió el gusano. “Fue repugnante”, me dice Brody. “Creo que me puse enfermo”. Hace una pausa. “Pero está en la película”.

Comparte esta historia conmigo en un sendero rocoso muy por encima de la soleada ciudad de Los Ángeles, el emocionante tercer acto de su carrera presentado como la autopista zumbando debajo de nosotros. Pensando en el gusano que se comió, Brody se pregunta ahora para qué sirvió realmente su sacrificio. “¿Qué gané con ello?”, pregunta. “¿Quién se dio cuenta?”. Wrecked fue una película indie con muy pocos espectadores, y hay que buscar la escena para verla. Sabe que no tenía por qué hacerlo. “Pero de alguna manera”, dice, “me sentí obligado a hacerlo”.

Creo que lo que ha aprendido es algo sobre sus propias expectativas. Algo liberador, quizás. No es necesario que crea que comerse un gusano convertirá una buena película en una excelente. O que arreglar las piedras subterráneas, las que nadie verá nunca, le dará sentido a una renovación de años. Hacer lo difícil no siempre es la respuesta. El sufrimiento no te convierte en un mejor artista, y definitivamente no te convierte en una persona más fácil de tratar. Pero no puedes aprender de qué estás hecho realmente sin tu parte justa de sufrimiento.

Unas horas antes, le había preguntado por qué se había aferrado a su castillo; si, una vez que la renovación comenzó a prolongarse, había pensado en deshacerse de lo que se había convertido, ineludiblemente, en un recordatorio muy costoso de una situación difícil. Consideró la idea. Por supuesto que sí, me dijo. ¿Cómo podría no haberlo pensado? “Podría haber vendido. Podría haberme salido de inmediato y haber dicho: Esto es demasiado”, me aseguró. Y luego, como si fuera la cosa más obvia del mundo, añadió: “Pero no puedo hacer eso”.

*Sam Schube es subdirector digital de GQ. 

**Entrevista originalmente publicada en el número 279 de GQ.

Fotografía: Jason Nocito
Estilismo: Jon Tietz
Peluquería: Thom Priano para R+Co. Haircare
Maquillaje: Kumi Craig para The Wall Group
Tailoring: Ksenia Golub
Set design: Robert Sumrell para Walter Schupfer Management
Producción: Eric Jacobson de Hen’s Tooth Productions


Fuente: https://www.revistagq.com/noticias/articulo/adrien-brody-entrevista-gq-the-french-dispatch-succession-blonde-pat-riley?fbclid=IwAR2nLmcwfuuJpYPTfcppO6iaJ35Cdo8tpxWoY9YiMjrPr_S5otvgmfyadnY

Adrien Brody sobre: Wes Anderson, El Pianista y toda su historia en el teatro.

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Esquire México – Esquire Latinoamérica https://www.esquirelat.com/entrevistas/adrien-brody-the-french-dispatch-esquire/

Foto: César Balcázar

Nos encontramos con el Adrien Brody de la mirada nostálgica –el dueño de una de las narices con más personalidad en el mundo– en el acogedor Waldorf Astoria de Nueva York para esta sesión exclusiva con Esquire México. Disfrútenla tanto como nosotros lo hicimos preparándola.

Hay momentos en la vida donde las cosas parecen tomar sentido… pero este no es uno de esos momentos”, fueron las palabras que surgieron del actor Adrien Brody al ganar el Oscar por El Pianista, convirtiéndose –a sus 29 años– en el actor más joven en obtener la estatuilla, desde que Richard Dreyfuss lo hiciera por La chica del adiós en 1977. 

Unos segundos antes, Adrien Brody había saltado al escenario del entonces Teatro Kodak, en el corazón de Hollywood, tomando por sorpresa a la presentadora de su premio dorado, Halley Berry, con un beso en la boca que pasaría a la historia de la Academia como uno de sus momentos más eufóricos y controvertidos. 

El tiempo se vuelve más precioso. No se trata solo de los minutos del reloj, sino de estar presente.

Adrien Brody

Con el paso de los años, las palabras de Adrien Brody también han trascendido desde esa primavera del 2002, representando esa incredulidad ante ser elegido por algo más grande y ser insertado en una situación extraordinaria.

Los tiempos del 2020, que han recluido a la humanidad tras los efectos del Covid-19, hacen poderosa la reflexión sobre tratar de encontrar un sentido donde aparentemente no lo hay.

Foto: César Balcázar

“Creo que es una lección que aprendemos conforme crecemos. El tiempo se vuelve más precioso. No se trata solo de los minutos del reloj, sino de estar presente. Ahora, con el encierro de esta cuarentena, quiero sumergirme en las cosas que amo de la vida”, comparte Adrien Brody con Esquire, vía un enlace streaming en el cual el actor de 47 años luce enmarcado por un encuadre de Zoom. 

A manera similar, entre cuadro paredes se encuentra Adrien Brody en los primeros avances en línea de The French Dispatch (2021) de Wes Andersoninterpretando a Julien Cardozo, un vendedor de arte francés que ha sido colocado en una celda al lado de un famoso pintor, Moses Rosenthaler (Benicio del Toro), al que le ruega le de permiso de representar su obra en el mundo, si algún día se abren los candados de su encierro o llegaran a escapar. 

Inspirado en Joseph Duveen, quien en el siglo XX trajera obras europeas a los grandes museos de Estados Unidos, Cardozo es parte de un ensamble de personajes que Anderson convocó para ser personificados por los actores Timothée Chalamet, Léa Seydoux, Edward Norton, Elisabeth Moss, Willem Dafoe, Christoph Waltz y, el siempre presente en su lista, Bill Murray. 

The French Dispatch, cuarta invitación de Anderson a Brody, trae consigo el espíritu rebelde de los años 60, des- plegado en las publicaciones de un diario ficticio francés –muy a la revista The New Yorker– con historias, cuentos, caricaturas y anécdotas de personalidades singulares.

Mi mamá es una gran artista y una inspiración para mí. Antes de actor comencé a pintar y lo he hecho toda mi vida.

Adrien Brody, 2020

Todo con el estilo geométrico, colorido y musical que caracteriza a Anderson. “No necesariamente me atraen los personajes con los que tengo algo en común. Tanto Cardozo como yo tenemos un gran amor por el arte y me imagino que él pudo haber aspirado a ser pintor en su vida, pero en algún momento se volcó al aspecto del negocio de ese mundo”, refiere Brody, quien posee la fascinación por la imagen como su madre Sylvia Plachy, migrante húngara y fotógrafa profesional con exposiciones diversas.

Cuando en la entrega 75 del Oscar, Brody, desde la butaca, escuchó su nombre de la boca de Berry, a quien primero abrazó fue a Plachy, quien de pie desbordó su fascinación al ver a Jack Nicholson, Nicolas Cage, Nicole Kidman, y otro grupo de celebridades, otorgarle a su hijo también una ovación. 

Foto: César Balcázar

“Mi mamá es una gran artista y una inspiración para mí. Antes de actor comencé a pintar y lo he hecho toda mi vida. Pasé años persiguiendo y cultivando mi trabajo como actor y fue hasta hace siete u ocho años cuando volví a pintar de manera más seria. 

He hecho varias exposiciones, trabajando duro en eso. La cuarentena, sin duda, ofrece más oportunidades para hacer más en solitario”, dice Brody, quien en agosto del 2019 donó una pintura trazada con sus propios dedos a la UNICEF para ayudar a recaudar fondos.

Cuando en Esquire invitamos a Adrien Brody a su sesión fotográfica, en el corazón del Waldorf Astoria Hotel que colinda en Park Avenue, los ecos de los inicios del actor en el cine seguro llegaron, siendo Historias de Nueva York su primer incursión a la pantalla, dentro de la aventura de una niña que habita un hotel lujoso de la Gran Manzana. 

El Pianista … es entender el sufrimiento y odio que vive la sociedad, llevándome en ese año del rodaje a valorar mi buena suerte.

Adrien Brody, 2020

En esa producción de 1989, el propio Francis Ford Coppola fue padrino del inicio de la carrera en celuloide de Brody. A solo unos pocos kilómetros de ahí, en su natal Woodhaven, Queens, el actor había experimentado el arte de asombrar al público, cuando se vistió de mago y se autonombró “The amazing Adrien”, ejecutando diversos actos en fiestas para niños. 

Pero también ese vecindario fue donde Brody recibió los primeros embates de violencia del mundo al ser atacado por otros niños con crueles comentarios. Su madre fotógrafa y su padre –pintor y maestro de arte–, usaron su sensibilidad para matricularlo en clases de actuación. 

A los 13 años de edad, Adrien ya estaba sobre el escenario de Off-Broadway y había participado en una producción del canal de televisión educativo, PBS. 

El joven actor creció para dominar su propio cuerpo como instrumento de comunicación, con una complexión espigada y mirada melancólica que recuerda a los maestros de la comedia silente en el cine, como Keaton y Chaplin, sumado a ese perfil de nariz grande que lo coloca por igual como un europeo, un migrante o un hombre con presencia que no quiere doblegarse ante los embates de la vida. 

“Al ser actor tienes tus primeras oportunidades y algunas de ellas son tan profundas como aquellas que vendrán después en tu vida, que podrían parecer más trascendentes. Esto es porque esas oportunidades son las primeras veces que tienes acceso a un verdadero crecimiento”. 

Foto: César Balcázar

“Por ejemplo, el inicial llamado de un director importante, donde entiendes el porqué siempre debes esforzarte en todo momento para que exista esa dinámica actor y realizador”, explica Brody, que similar a veteranos de la actuación como Donald Sutherland, ven cumplida su misión histriónica cuando ayudan a materializar la visión del director. 

Sin duda, la alianza que marcó un antes y después en la vida de Brody, fue su colaboración con Roman Polanski, controvertido artista del lente, quien vio en la autobiografía de su compatriota polaco Wladyslaw Szpilman, inspiración de El Pianista, la posibilidad de narrar su propia experiencia de supervivencia en el Ghetto de Cracovia. 

“El Pianista fue un viaje épico en mi vida y lo que aprendí, en ese proceso de trabajar con Roman, es entender el sufrimiento y odio que vive la sociedad, llevándome en ese año del rodaje a valorar mi buena suerte como joven neoyorquino, haciéndome consciente de la pérdida y los estragos de la guerra”, afirma. 

Nunca me imaginé que habría un reconocimiento por mi trabajo.

Adrien Brody, 2020

“Fue algo muy profundo, tanto que no puedo ni poner en palabras lo que la experiencia de filmar El Pianista significó para mí. Fue un gran regalo. Algo que te abre los ojos y que agradeces haya provenido de tu trabajo”, siente Brody, quien adelgazó de sus 70 kilos a 55 para su papel de superviviente del holocausto. 

Para el filme que lo llevaría al Oscar, Brody tuvo que llevar a un nivel mayor su expresividad de las manos, que siempre le han dado carácter a su actuación, teniendo que aprender a colocarlas y moverlas sobre el teclado del piano lo más semejante a un profesional.

El propio Polanski colocaba en bocinas la música del pianista Szpilman, para que Adrien marcara las notas con esa mezcla de fiereza y delicadeza de su persona. 

“Nunca me imaginé que habría un reconocimiento por mi trabajo. Como el joven que era, sentí un despertar como persona. Fue ciertamente un enorme giro en mi carrera y una gran suerte haber recibido un material de tan altísimo nivel y tan temprano en mi profesión”, revela Brody. 

Así llegó a su manos la oportunidad de colgarse del cine de aventuras y viajar en el mundo, pasión que comparte con sus seguidores de Instagram, como la escalada en Nepal a las faldas del Everest. 

Brody lo mismo ha sido el excursionista en la Isla Calavera del King Kong de Peter Jackson, que el soldado de la segunda guerra mundial apostado en el Pacífico de La delgada línea roja, de Terrence Malick. 

Igual se ha vestido de detective de cine negro en Hollywoodland, que leído los diálogos de Woody Allen en Media noche en París, ser parte de un thriller para Spike Lee en Summer of Sam que salvando al mundo de alienígenas en el remake de Depredador; ni hablar de su gran escape en la biografía de Houdini.

Foto: César Balcázar

El mundo volteó a verlo con su interpretación del torero Manolete, en el filme biográfico del mismo nombre, donde Brody pudo llevar su acostumbrada intensidad al terreno del amor trágico, pisando los pétalos rojos lanzados por Penélope Cruz en una cinta cuya sentencia inicial explica un poco esa mirada de Adrien hacia los temas oscuros de algunos de sus filmes. 

Para ser un gran torero, tienes que estar un poco enamorado con la muerte”, sentencia. El salto de lo negro a la luz, y de lo sombrío a la carcajada, podrían ponernos a Brody como un danzante en su actuación, nunca sintiéndose cómodo en un sitio y ahora, en The French Dispatch, celebrando su colaboración con Anderson tras haber estado en su Viaje a Darjeeling (2007), El fantástico Señor Fox (2009) y El Gran Hotel Budapest (2014). 

“Me siento muy privilegiado de trabajar con Wes Anderson. Tener una verdadera amistad con alguien con quien puedes colaborar de manera creativa es un regalo. Somos como una familia y cultivar esa intimidad y confianza con alguien que te ayuda a elevarte de manera artística es una bendición”, explica Brody. 

El actor con rostro posmoderno, que tiene una caricatura de sí mismo en su cuenta de Instagram, también ha aprovechado el tiempo para componer música y escribir el proyecto Clean, usando su propio espacio entre paredes para crear arte, reinventarse y gestar historias que intenten darle sentido a las cosas, mientras el mundo toca notas de luces y sombras en este inicio del siglo

CRÉDITOS:

Fotografías por: César Balcázar 
Entrevista por: Constanza Alcocer
Texto por: Mario P. Székely

Esquire México – Esquire Latinoamérica https://www.esquirelat.com/entrevistas/adrien-brody-the-french-dispatch-esquire/

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